EL Rincón de Yanka

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miércoles, 24 de abril de 2024

LIBRO "LA HISTORIA OCULTA DE LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA": DE LA GUERRA IDEALIZADA A LA PAZ IMPERFECTA por FRANCISCO ALFARO PAREJA

La historia oculta 
de la Independencia 
de Venezuela: 
De la guerra idealizada a la paz imperfecta
"La Independencia, la Guerra Federal, la Revolución Cubana, las guerrillas comunistas venezolanas de la década de 1960 fueron inyectadas por el Estado a todos los niveles de la vida, para que los nuevos republicanos, más milicianos que ciudadanos, no tengan piedad con la oligarquía, los escuálidos pitiyanquis, la Derecha. Frente a esa guerra perpetua e idealizada, Alfaro Pareja contrapone la tesis de la paz imperfecta. Busquemos cómo convivir, dejemos de pensar en la destrucción del otro, aceptemos las diferencias. No es poca cosa lo que se planteó Alfaro Pareja. Pero para ello consideró que había que buscar algún referente histórico, una prueba de que, aun en los peores momentos, ha sido posible el entendimiento, siquiera en algún grado. El presente libro (…) busca delinear el proceso que nos llevó de la idealizada Guerra a Muerte a la paz imperfecta con España, remachada por el reconocimiento de la independencia por Isabel II en 1845, en un tratado tendencialmente ventajoso para Venezuela, aunque no sin claroscuros que ya entonces generaron molestias, pero que nos indican que, como dice el adagio popular, «es mejor un mal arreglo, que un buen pleito». Hijos de su tiempo y de valores trascendentes, el libro y su autor son la prueba de que el civismo (y el civilismo) venezolano tiene mucho que hacer y decir en el país". Tomás Straka
Prólogo

La historia: un camino para la paz

Tomás Straka

EN AQUEL TIEMPO YO ERA UN LOBATO. Es decir, estaba en el pri­mer peldaño de las jerarquías del escultismo e iba los sábados a la Abadía de San José del Ávila a pasar la tarde corriendo y jugando. Naturalmente, no eran juegos al acaso, sino direccionados por los líderes y usualmente con alguna moraleja al final (que no siempre entendía a los nueve años). Una vez, cerca del 24 dej unio, se organizó uno de rugby, deporte cuyas reglas nunca aprendí, pero en el que me ayudaba el tamaño (siempre he sido el más alto en todas partes): me daban la pelota, me decían que corriera hacia adelante y que tumbara a los demás. Fue divertido hasta que en una ocasión todo el equipo contrario me brincó encima -¡tenían que pararme de algún modo!- y aún la angustia de morir asfixiado me despierta algunas noches. Pues bien, ese día nos dividieron en dos equipos: realistas y patriotas, para conmemorar la Batalla de Carabobo.

No me acuerdo si en la cancha pasó lo mismo que en el cam­po de batalla y ganaron los patriotas, ni me acuerdo a qué bando me asignaron, pero la anécdota viene al caso porque se conecta directamente con el libro que Francisco Alfaro Pareja me ha pedi­do que le prologue. Ella habla de una memoria histórica basada en las guerras, o incluso algo peor: de una idealización de las mismas convirtiéndolas en un juego de niños. No se trata de ocultar el sol con un dedo, de borrar las guerras, tan importantes, para bien o para mal, en la historia de la humanidad; o de asumir un pacifismo lerdo, que impida defenderte de agresiones cuando tienes vecinos como Hitler o Saddam Hussein; rebelarte contra las tiranías o, si es necesario, ir a las barricadas para defender tus derechos. Se trata de no idealizar aquello, al menos no como la única forma gloriosa de resolver los conflictos. 

¿Por qué, además de las batallas, no exal­ tamos la paz? ¿Por qué aún recordamos más a los grandes conquis­tadores que a quienes se empeñaron en convivir sin pleitos con el resto de la humanidad? Como en Alemania, que huyendo de sus viejos fantasmas en la posguerra llenó sus billetes, toponimias y estatuarias de compositores, científicos y artistas, para crear una nueva cultura de la paz, con héroes de la paz; el resto de los pue­blos del mundo no debemos esperar a masacrar millones de perso­nas para tomar la misma decisión. Carabobo merece seguir siendo conmemorada, el ejército venezolano, estirando un poco las cosas, puede seguir celebrando el 24 de junio como su día, y no hay problema en que los niños sepan del evento jugando rugby; pero también pueden jugar a ser un Louis Daniel Beauperthuy, descu­briendo el agen te transmisor de la fiebre amarilla; a ser un Arman­do Reverón, llevando la luminosidad hasta más allá de todo límite; o, por qué no, un líder democrático y civilista como los cantos que tuvimos en la segunda mirad del siglo XX.

Una nueva visión de la historia

Por generaciones, el recuerdo de las clases de historia ha sido poco menos que una tortura para la mayor parce de las personas: una intenninable sucesión de fechas, reyes y guerras. Así, la fama de que la historia es «aburrida» es una de las losas más pesadas con las que ha tenido que lidiar la disciplina desde que, a finales del siglo XIX, se hizo de obligatorio estudio en las escuelas primarias y secundarias del mundo occiden tal. Aunque eso no debería seguir siendo así en la actualidad, como quiera que tanto la historia, en cuanto ciencia, como los programas y manuales escolares, han cambiado radicalmente en las últimas décadas, el sambenito sigue teniendo formidables aliados. No pocas veces los educadores hacen caso omiso de los programas, para impartir las materias según lo aprendieron siendo niños; por la otra, la escuela es solo una de las vías por las que la historia llega a las mayorías, de modo que los discursos de los políticos, las fiestas cívicas y los medios de comu­nicación influyen tanto o más que ella en la memoria de los pue­blos; y por último, porque aquello por lo que se han sustituido las guerras y los reyes no es siempre más atractivo que aquellas crónicas en las que, al menos, hay el colorido de la aventura. No siempre un adolescente se deja sed ucir por explicaciones de, por ejemplo, historia económica y social, más sustantivas, pero tam­ bién más abstractas para un niño o tm adolescente. Se puede hacer un juego de rugby para estudiar la Batalla de Carabobo, pero es más difícil hacerlo para aprender, por ejemplo, la sociedad feudal. 

Así las cosas, las propuestas de interpretación novedosas, como la que se ensaya en el libro que prologamos, deben ser vis­tas con atención. Especialmente cuando apuntan de manera direc­ta al nudo ideológico que suele haber en los discursos históricos, especialmente cuando son promovidos por el poder: el de la legitimidad que le da a determinadas ideas y estructuras. ¿Por qué ese gusto por las batallas y los gobernantes? Porque detrás de sus pági­nas hay una visión del mundo que esperaba formar a los ciuda­danos en ciertos valores (tal es el objetivo esencial de la historia en los programas escolares) expresados de forma ejemplar y ejemplarizante en ellos. Por ejemplo, la legitimidad del Estado-nación venezolano, de su separación de España, del régimen republicano, del liberalismo que adoptó, con sus altas y bajas, nuestra repúbli­ca tienen mucho que ver con las ideas y las ejecutorias de Simón Bolívar, la Independencia, presentada como una gesta (y no una cualquiera: una Magna Gesta); con Antonio Guzmán Blanco y la forma en la que diseñó el país durante el Liberalismo Amarillo. 

El sentimentalismo político bolivariano que, según la fórmula de Luis Casero Leiva, ha sido nuestra filosofía de Estado, se cimenta­ba en una lectura, digamos, emotivista, con la que se esperaba que la historia generara unos determinados sentimientos que, a su vez, determina unas actitudes: la emoción de la carga de los lanceros en las Queseras del Medio, la inmolación de Ricaurte, la fantasía de la despedida del Negro Primero en Carabobo, la supuesta victo­ria de los estudiantes -es decir, ¡solo de ellos!- en La Victoria eran monumentos al patriotismo que debían ser emulados. La clarivi­dencia de Bolívar en Casacoima, sus arrebatos en El Chimborazo, sus ideas en Angostura, codo estaba presentado para que los ciudadanos aceptaran como inapelables sus dictámenes (y sobre todo los de sus portavoces actuales, los gobernan ces de la hora, todos a su modo bolivarianos). Otro tanto pasó con la Guerra Federal y la saga del Liberalismo, las artimañas de la oligarquía, las genialida­ des atribuidas a Guzmán Blanco; y es lo que hemos visto última­mente con los man uales escolares del chavismo: todo en la llamada «4ta. República» fue, con contadas excepciones, reprobable; todo cuanto hizo o pensó el Comandante, una prueba de amor a la patria, redención de los pobres, libertad para los pueblos...

No se trata, ni de lejos, de un fenómeno venezolano y se ha escrito lo suficiente sobre ello como para insistir más en este prólogo. El punto es que si los reyes, los presidentes y las gue­ rras estuvieron por mucho tiempo en el núcleo de la investigación y la ensefianza de la hisroria, se debió a que se respondía a una visión del mundo en la que la política, la relación entre los pue­ blos y los valores a inculcar eran esos: la guerra como estado nor­mal (todo Estado-nación tenía un enemigo histórico, contra el que había que emprenderla, acaso como aglutinante de la nacionali­dad: lo que se llama nacionalismo negativo); los pueblos no eran tanto agentes de su destino, como rebaños detrás de un líder; y los hombres debían ser, como prueba suprema del civismo, soldados dispuestos a inmolarse como Ricaurce o el Negro Primero... Fue en la medida en la que las ciencias sociales y la democracia se han abierto paso en el último siglo y medio que eso ha cambiado. Hoy sabemos que la historia se refiere, fundamencalmente, a procesos sociales; que los líderes pueden ser muy importantes, pero que se trata de una construcción en esencia colectiva, que hasta hombres como Hitler y Stalin actuaron dentro de los marcos de sociedades que los aclmaron y se vieron reflejados en ellos; y que los valores guerreros no son los que conducirán a la humanidad a su liber­tad y salvación, después de lo demostrado en las escabechinas de las guerras mundiales, los genocidios que ha permitido la industrialización (se industrializó la muerte, como en Auschwicz, aun­ que también se ha combinando la tradición de los machetes con la modernidad de la radio, como en Ruanda) y el reto, aún no disi­pado, de la Espada de Damocles nuclear que nos áene en un hilo todos los días.

Historia de la paz

Por eso cada vez que oímos que la historia está formada solo por «fechas y batallas», los historiadores nos enfurecemos. No, no lo es, y en prueba hay una larguísima literatura; incluso cuando hoy estudiamos lo militar, la guerra y el poder lo hacemos a la luz de los grandes procesos que encierran; pero lo del sambenito dicho al principio sigue actuando (aunque, hay que reconocer, cada vez menos). Por eso, si bien las corrientes dominantes de los últimos cincuenta o sesenta años (la historia social de énfasis cultural, como la de las mentalidades, el género y las cotidianidades; la his­toria intelectual; la nueva historia militar), se preocupan tanto por la paz como por la guerra, viseas como dos caras de procesos más amplios; aparecieron investigadores con un programa épico-político concreto, el pacifismo, que decidieron estudiar a la paz como un tema en sí mismo. Es decir, identificar los casos en los que los valores de la paz, la convivencia y la conciliación han prevalecido, o al menos sobrevivido al lado (o adentro) de las peores tormentas. 
La idea es que la magistra vitae que tradicionalmente quiso formar soldados, forme ahora hombres de paz; es decir, lo que el historia­dor español Francisco A. Muñoz (1953-2014) denominó Historia de la paz. Convencido de que «el historiador tiene una gran res­ponsabilidad en la construcción de imaginarios, de hitos cultura­les y sociales, de parámetros políticos, etc., su formación es clave para la construcción de futuros pacíficos»1.

Muñoz y sus alumnos y colegas emprendieron desde el Ins­tituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada un conjunto de investigación para esrndiar a la paz como fenóme­no, qué la permite, qué la acosa, cómo se logran alcanzar unos mínimos de convivencia (lo que llamó la «paz imperfecta»). Una enfermedad nos lo arrebató prematuramente, pero dejó una obra que merecerá ser leída con atención por mucho tiempo: Histo­ria de la paz. Tiempos, espacios y actores (2000), La paz imperfec­ta (2001), Manual de la Paz y los Conflictos (2004), Pax Orbis. Complejidad y Conflictividad de la Paz (2011), La Paz, partera de la historia (2012), Filosoflas y praxis de lapaz (2013). También la semilla de la inquietud sembrada en muchos de sus discípulos. Uno de ellos es el autor del libro que se prologa en este momento, Francisco Alfaro Pareja. Joven (nació en Caracas en diciembre de 1980) investigador y activista venezolano, llegó a los trabajos de Muñoz a través de una angustia que lo ha movido en los últi­mos tres lustros: la reconciliación de una sociedad polarizada, que varias veces ha llegado al borde del conflicto generalizado, en la que la violencia política y delincuencial golpean todos los días le rasgan un poco más su tejido.

Graduado de politólogo en la Universidad Central de Vene­zuela en el agitado año 2002, la preocupación por hallar un míni­mo de consenso, de tender puentes, aunque sean endebles puentes.

1 Muñoz, Francisco A. y López Martlnenz, Mario, «prólogo» a Muñoz, Francisco A y López Martínez, Mario (Edits.). Historia de la paz. Tiempos, espacios y actores, Granada (España), Instiruto de la Paz y los Conflictos/Universidad de Granadas, 2000, p. 9

martes, 23 de abril de 2024

"LA IGNORANCIA CULPABLE" por PEDRO ABELLÓ 😵🙈🙉🙊









LA IGNORANCIA CULPABLE

La ignorancia es muchas veces imputable al ignorante. Hay dos tipos de ignorancia: la excusable, que se debe a la falta de medios y oportunidades para solventarla, y la no excusable, que se deriva de la simple desidia, pereza y falta de interés por conocer, teniendo los medios y oportunidades para hacerlo.
Esta última es una ignorancia culpable, porque la ignorancia impide al hombre llevar a cabo el comportamiento que mejor conviene a sí mismo y a la colectividad, y con ello deja de hacer el bien que podría hacer si su ignorancia no existiese; por el contrario, las decisiones y acciones basadas en la ignorancia suelen comportar males personales y sociales. Esa ignorancia es culpable e inexcusable, y algún día el ignorante culpable deberá rendir cuentas de su ignorancia, si no ante un tribunal mundano, sí ante uno divino.
Nos enfrentamos a un momento histórico crítico, cuyas consecuencias pueden ser devastadoras en muchos sentidos, y para abordar debidamente tal momento es necesaria claridad de ideas, conocimiento, criterio; en definitiva, lo más contrario a la ignorancia en la que, por lo general, estamos sumidos.

La organización política, económica y social de nuestro tiempo no sólo favorece la ignorancia, sino que la necesita para perpetuarse. La sociedad es cloroformizada por todos los medios imaginables. Los medios de comunicación, con esa tele-basura programada para vaciar las mentes de todo contenido crítico y de todo criterio; la pasión desmedida y desordenada por los eventos deportivos; la ingeniería social que configura nuestras mentes mediante un auténtico “formateado” y las rellena de los contenidos que se ajustan a los modelos a los que debemos someternos; el “tsunami” que soportamos diariamente de contenidos publicitarios que excitan nuestro ser más primario; nuestra sumisión al dictamen de la moda en todos los terrenos; las nuevas esclavitudes de la juventud: el ‘smartphone’, el “chateo”, los video-juegos, el alcohol, la droga; la desaparición de las Humanidades en los planes educativos; el desprecio y la manipulación de la Historia… ¿Para qué seguir?

Sólo mediante un esfuerzo individual, a veces trágico y siempre difícil, es posible liberarse de esa anestesia. Pero la dificultad no excusa la obligación que todo hombre tiene de ser libre, aunque la libertad sea trágica. La libertad es, casi siempre, defender un criterio propio contra el que se nos impone; situarnos fuera, al margen, de la corriente general, y eso no sólo es incómodo, sino muchas veces peligroso. Sin embargo, todo eso sigue sin ser excusa para mantenerse cómodamente en la ignorancia. Quien tiene los medios y la oportunidad para conocer, no tiene derecho a dejar de hacerlo.

Hoy la gente se llena la boca con la palabra “libertad”; exige libertad con razón o sin ella, y tengo la impresión de que no sabe lo que pide, o tal vez lo sabe muy bien, pero eso no es la libertad. Imagina que la libertad es la posibilidad de hacer lo que uno quiera, sin restricciones de ningún tipo, y efectivamente, eso es lo que la gente intenta cada vez con mayor afán y con mayor descaro. Pero eso no es la libertad. La libertad exige conocimiento y criterio, y es incompatible con esa ignorancia culpable de la que hablamos.
Porque la libertad exige ser capaz de identificar dónde está el bien, tanto el bien individual como el bien colectivo, y ajustar el comportamiento, las acciones y las decisiones a la consecución de ese bien, incluso si ello supone enfrentarnos a la opinión de la mayoría, a los usos generalmente aceptados de una sociedad como la nuestra; incluso si ello supone aceptar el riesgo de que nos señalen, de que nos marginen, de que nos persigan… Es lo que se llama un comportamiento virtuoso, que nunca es acomodaticio. Por eso la auténtica libertad es siempre trágica. Identificar el bien y ser capaz de ese comportamiento virtuoso exige estar en posesión de un criterio moral, lo cual no es posible sin un marco de referencia que defina y proporcione esos principios morales.

¿Cuál es el marco de referencia que puede proporcionar ese criterio moral al hombre de hoy? El marco existe, y es el que ha permitido la construcción de lo que llamamos “civilización occidental”, hoy en proceso de autodestrucción: nuestro fundamento en la Biblia judeo-cristiana, la filosofía griega, especialmente aristotélica, y el derecho romano, un fundamento que nos estamos esforzando en dinamitar.
La ignorancia –por lo menos esa ignorancia no excusable – hace imposible la verdadera libertad, y hoy el mundo se confabula para mantenernos en la ignorancia, que es la forma más segura de privarnos de esa libertad que, de existir, pondría en cuestión los principios por lo que ese mundo se rige, y nos engaña con el señuelo de una patética parodia de libertad que es precisamente la mayor de las esclavitudes. Se da la curiosa paradoja de que hoy el mundo es más esclavo que nunca, y sin embargo se siente más libre que nunca.
Pedro Abelló

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Ignorancias culpables
Es culpable la ignorancia de un católico 
que no trabaja por conocer su fe

¿Existen ignorancias culpables? O, en otras palabras, ¿existe obligación de saber ciertas cosas?
La respuesta a la segunda pregunta lleva a la respuesta a la primera: si hay obligación de saber algo antes de actuar, entonces habría ignorancias culpables.
Podemos decir, con certeza, que sí existen ignorancias culpables. Porque todos estamos obligados a conocer cuáles son los deberes y responsabilidades que nos corresponden como hijos, como esposos o padres, como miembros de la sociedad, como profesionistas, como católicos.
  • Es culpable la ignorancia de los novios que no han reflexionado en serio si aceptan al otro en sus cualidades y en sus defectos, que no se plantean si son capaces de vivir como esposos y como padres hasta que la muerte los separe.
  • Es culpable la ignorancia de unos padres que no buscan el mejor modo para cuidar, curar, educar y orientar a los hijos en el camino de la vida. Como también es culpable la ignorancia de los hijos que prefieren estar ocupados con juegos electrónicos o con otras diversiones en vez de conocer y tomarse en serio sus deberes hacia los padres, hacia los estudios, hacia los amigos, hacia la sociedad.
  • Es culpable la ignorancia de quien usa desconsideradamente su dinero en apuestas que ponen en peligro el patrimonio familiar, sin reflexionar primero sobre los muchos peligros de los abusos en este campo.
  • Es culpable la ignorancia del médico que comete errores por no haber querido actualizar su saber, por haber optado por hacer un diagnóstico rápido en vez de controlar seriamente todos los datos, por secundar los deseos de un paciente en vez de preguntarse si tales deseos estaban o no de acuerdo con la deontología médica y con las leyes justas de un pueblo.
  • Es culpable la ignorancia del político que no reflexiona a fondo acerca de las consecuencias de sus decisiones para el bien de la gente, especialmente de los más pobres, de los ancianos, de los enfermos, de los niños.
  • Es culpable la ignorancia de un católico que no trabaja por conocer su fe, que no lee con una buena guía la Biblia, que no consulta a sacerdotes o laicos bien preparados, que no se pregunta si sea o no sea pecado el emborracharse, el abusar de la comida o del tabaco, el consumir drogas, el entregarse a caprichos sexuales, el vivir sin responsabilidad respecto al ambiente, al orden público, a la lucha por la justicia en su propio país y en el mundo globalizado.
  • Es culpable la ignorancia de quien llega a descubrir que muchas noticias divulgadas por la prensa sobre la Iglesia son falsas o distorsionadas pero no pone medios concretos para llegar a conocer de primera mano la doctrina católica o las intervenciones del Papa y de los obispos.
Hay muchas ignorancias culpables. Porque es más fácil vivir con prisa y seguir las propias “corazonadas” que buscar en profundidad lo que sea verdaderamente justo y bueno. Porque las pasiones presionan de mil modos para que no reflexionemos sobre nuestros actos y para que sigamos al instinto antes que a la voz de la conciencia bien informada. Porque la misma sociedad difunde continuamente ideas erróneas sobre el bien y sobre el mal, y cuesta mucho luchar contra corriente para decidir no según las modas sino según una vida deseosa de buscar a la verdad del Evangelio, configurada según las enseñanzas del Maestro y de su Iglesia.
Hay ignorancias culpables, y pueden ser vencidas. Con más honestidad, con humildad sincera, con un profundo deseo de ser buenos, con el compromiso práctico por estudiar los principios éticos y las enseñanzas de la Iglesia. De este modo, habrá menos ignorancias culpables. Habrá, sobre todo, más hombres y mujeres comprometidos seriamente a vivir y testimoniar las bellezas del cristianismo, entregados con toda su mente y con todo su corazón al verdadero amor a Dios y al hermano.

sábado, 20 de abril de 2024

NECROPOLÍTICA Y ESTADO DE EXCEPCIÓN EN LA VENEZUELA CASTROCHAVISTA: ESCUADRONES Y COLECTIVOS DE LA MUERTE

El Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) y la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim) encabezan la «penosa lista» JUNTO A ESCUADRONES Y A COLECTIVOS DE LA MUERTE,  de organismos que reflejan el incremento del terrorismo de Estado en Venezuela.

Necropolítica en la Venezuela bolivariana: 
el estado como máquina de guerra 
y estado de excepción y necropolítica 
como marco de los operativos 
policiales en Venezuela

Se propone un análisis de la violencia institucional venezolana. Se plantea concebir el actual estado venezolano como una máquina de guerra cuyo más evidente dispositivo necropolítico lo constituyen las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). Para tal fin, se recurre a instrumentos conceptuales provenientes de los estudios africanistas. En particular, las nociones de criminalidad de estado (Bayart), necropolítica y gobierno privado indirecto (Mbembe) resultan pertinentes para entrever el nuevo estado emergente en Venezuela. Bajo una metodología que combina lo normativo y lo empírico, se describirá cómo las prácticas necropolíticas estatales señalan una estructura que no está centralizada ni tampoco espacialmente delimitada que impacta mayormente a los más pobres.

Desde las tradiciones de la criminología crítica y los planteamientos de Agamben y Mbembe se intenta hacer unas reflexiones iniciales sobre los operativos policiales, la militarización de la seguridad ciudadana, el uso de la fuerza y el derecho a la vida en la Venezuela post-Chávez. La idea central es que el incremento de la violencia institucional durante las casi dos décadas de gobiernos del chavismo, más que presentar rupturas con los gobiernos anteriores, constituye parte de un continuo proceso de precariedad y deterioro de las instituciones cuya función manifiesta es la reducción y contención de la violencia. Paradójicamente la operatividad de estas instituciones termina potenciando la violencia en beneficio de los actores que coyunturalmente las dirigen.

En estas líneas se sintetizan diversos trabajos empíricos sobre operativos policiales, militarización de la seguridad ciudadana, uso de la fuerza y derecho a la vida que hemos realizado durante los últimos años en la Venezuela post-Chávez. A la vez se enmarcaran los mismos en perspectivas teóricas que les permitan trascender la coyuntura en la que se encuentran insertos, así como los actores circunstanciales que las ejecutan, y las adscripciones ideológicas en las que se autodefinen, para develar y comprender las racionalidades políticas a las que estas prácticas obedecen. Los trabajos que sirven de base son principalmente tres: 

1) Las Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP): entre las ausencias y los excesos del sistema penal en Venezuela (2017a); 
2) ¿La mano dura disminuye los homicidios? El Caso de Venezuela (Antillano y Ávila, 2017); 
3) Uso de la fuerza pública y derecho a la vida en Venezuela (2018a), que se encuentra en proceso de edición para su próxima publicación. 

La idea central de este texto es que el incremento de la violencia institucional de carácter letal que puede observarse actualmente en Venezuela, que se ha acelerado e intensificado durante los últimos años, más que presentar rupturas o giros, parece formar parte de un complejo y contradictorio proceso de progresiva precariedad y deterioro de las instituciones cuyas funciones formales supuestas son las de contener la violencia. Paradójicamente, estas instituciones lejos de contener la violencia (tanto ajena como propia) terminan potenciándola en beneficio privado de los actores que coyunturalmente las dirigen.

Los 5 colectivos chavistas 
más temidos por la 
población civil de Venezuela

Tienen armas rusas, fueron entrenados militarmente por guerrillas como las FARC y hacen negocios con grupos narcos colombianos como los Rastrojos. Operan principalmente en el barrio 23 de Enero, en el oeste de Caracas y actúan como grupo de tareas del chavismo para reprimir brutalmente a los opositores.
Los colectivos chavistas son los "herederos de la lucha armada" en Venezuela y se ubican en los barrios del oeste de Caracas, en especial en el populoso —y peligroso— 23 de Enero. No son homogéneos, de hecho muchas veces tienen rivalidades e, incluso, enfrentamientos armados por el control territorial.
Es que estos grupos operan como los dueños de las zonas que ocupan. Su primera función es "defender a la revolución bolivariana", para ello tienen todo tipo de armas y grupos de choque que usan para agredir a los que consideren que están en contra del modelo. Pero también ejercen una especie de "disciplina" dentro de su territorio con su propio código de honor. Muchos, incluso, se ufanan de mantener los índices de crímenes por debajo de la media nacional (la peor del mundo con 70,1 homicidios por 100.000 habitantes).
Han tenido entrenamiento militar por parte de guerrillas como la colombiana FARC, producto de la buena relación entre este grupo terrorista y el gobierno chavista
Hay cientos de colectivos, pero los más importantes -y peligrosos- de Venezuela cuentan con armamento sofisticado: fusiles portátiles de origen ruso (AK) y granadas de gases lacrimógenos. Dos de ellos, los grupos Carapaicas y Tupamaros han tenido entrenamiento militar por parte de guerrillas como la colombiana FARC, producto de la buena relación entre este grupo terrorista y el gobierno chavista. Además, tienen relaciones con bandas paramilitares colombianas, como Los Rastrojos, quienes también les proveen armamento.
Los financia el gobierno a través de los planes sociales, les otorga partidas para sus proyectos culturales y gestionan tareas públicas como la distribución de alimentos. Pero los colectivos, además de mantener su fachada social, combinan sus actividades políticas con narcotráfico, robo de automóviles y otras formas del crimen organizado.

Hugo Chávez los cobijó en su coalición de gobierno, los financió y permitió que crecieran en los barrios más pobres del país como promotores y guardianes de la Revolución Bolivariana. Pero Nicolás Maduro ya no los controla a todos, como tampoco tiene dominio sobre buena parte del partido de gobierno PSUV. Algunos pocos aún le responden, pero otros están bajo el dominio de dos personajes oscuros del régimen: Diosdado Cabello, acusado de narcotráfico en los EEUU, y Freddy Bernal, el actual jefe nacional de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción.

Desde 2014, además de dominar territorios se transformaron en el grupo de tareas del chavismo para sofocar las protestas opositoras. Así, dejan su zona de confort para reprimir codo a codo con la policía militar chavista a las movilizaciones opositoras. Hace tres años lograron aplacarlas con 40 muertos y líderes opositores detenidos, como Leopoldo López. Y ahora, en 2017, vuelven a salir a las calles para atacar a los opositores que masivamente se volcaron a la protesta contra el régimen de Maduro. En este mes, ya se contabilizaron más de 20 muertes. Una de ellas, la de Paola Ramírez, está probada que contó con la intervención de los colectivos.

Así mataron los colectivos a Paola Ramírez
Para Fermín Mármol, un criminólogo de la caraqueña Universidad Santa María entrevistado por The New York Times, "si la revolución pierde la presidencia mañana, los colectivos inmediatamente se convertirán en una guerrilla urbana".

Los colectivos más importantes

Movimiento Revolucionario de Liberación Carapaica: visten prendas militares y se ocultan la cara, operan en el barrio 23 de Enero en Caracas. Su líder es el "Comandante Murachi". Su armamento incluye carabinas M4 y fusiles FAL. Su primera operación fue en noviembre de 2002 cuando atacaron dos vehículos blindados de la Policía Metropolitana, en respuesta a la absolución de los militares implicados en el "Carmonazo", el intento de golpe de Estado contra Chávez. Son considerados uno de los dos colectivos más peligroso.

La Piedrita: Este colectivo nació en 1985 de la mano de Carlos Ramírez y Valentín Santana. También están instalados en el barrio 23 de Enero de Caracas y se les adjudican numerosos homicidios. El más conocido es el asesinato de un custodio del Ministro de Justicia, hecho por el cual dos de sus integrantes fueron detenidos, Ronald Gregorio Garcia Tesara alias "Satanas" y Romys Enrique Vásquez Hernández alias "el Diablo". Este es otro de los dos colectivos considerados más violentos del país.

Los Tupamaros: Esta organización es la que tiene perfil político más alto. Tiene tendencia marxista-lenilista y tomó su nombre del grupo guerrillero uruguayo. Sus orígenes datan del año 1989, tras el Caracazo. En 1998, respaldaron la candidatura a presidente de Hugo Chávez. Bajo el lema "comuna o nada", este colectivo es señalado como el principal represor de las protestas opositoras de 2014.

La Coordinadora Simón Bolívar opera en Caracas y se autoproclama como uno de los colectivos fundadores. En los últimos tiempos se ha enfrentado a La Piedrita por cuestiones de disputa de poder.

Colectivo Alexis Vive: Tras el intento de golpe de Estado de 2002, y la muerte de Alexis González Revette, militante de la Coordinadora Simón Bolívar, nació este colectivo. Como acciones armadas atacó las instalaciones del mayor gremio empresarial, Fedecámaras.

El Gran Polo Patriótico: creado en 2011 e integrado por 28 Consejos Patrióticos Sectoriales, cuenta con 10.810 mini colectivos y movimientos sociales compuestos por 35.543 personas. La finalidad y naturaleza de estos grupos es motivo de debate. Mientras el gobierno y sus seguidores aseguran que tienen exclusivamente fines culturales, ideológicos y pacíficos, hay denuncias y evidencias gráficas de peso que relacionan a algunos de ellos con labores de control político parapolicial y con su participación en la represión violenta de protestas pacíficas que se han generado desde el pasado 12 de febrero y que han causado 33 muertos y 1.736 detenidos, según explica Franz von Bergen en el trabajo "Colectivos y poder".

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