EL Rincón de Yanka: HERMOSA Y ÁSPERA ESPAÑA: VERSOS EN CARNE VIVA

inicio














miércoles, 26 de octubre de 2016

HERMOSA Y ÁSPERA ESPAÑA: VERSOS EN CARNE VIVA

HERMOSA Y ÁSPERA ESPAÑA:
VERSOS EN CARNE VIVA

“Los nacionalismos son maestros 
en tergiversar el pasado”


¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres
Cuántos sucesos y victorias grandes…
Pues tienes quién haga y quién te obliga
¿Por qué te falta, España, quién lo diga?

Francisco de Quevedo Villegas

¿Por qué la ha subtitulado como la novela del ‘sentimiento de España’?

Dice Lope de Vega en La Dragontea: “Oh patria, cuántos hechos, cuántos nombres, cuántos sucesos y victorias grandes…” Y a continuación se pregunta: “¿por qué teniendo quién los haga no tienes quien los cante?”. Se ha descuidado el sentimiento. España no ha tenido quien cantase sus baladas, sobre todo en sus últimos tiempos.

¿Por qué se relaciona la idea de la nación española con la extrema derecha? 

Esto es tristísimo y además falso. Con Alguien heló tus labios vuelvo a la ficción literaria para adentrarme en el corazón humano, pero también para transmitir, una vez más, a mis lectores la razón y el sentimiento de España. Se trata, por tanto, de un libro patriota, pero no patriotero, y nada complaciente. Por el contrario, no me recato en señalar las lacras nacionales, los rasgos más penosos de debilidad u obstinación maniática de nuestros gobernantes, los vicios del pueblo español, a veces tan heroico y arriscado, a veces tan fácilmente manipulable.

¿Es entonces partidario de acercar la historia a todos los públicos de una manera sencilla?

Sí, sí. Yo siempre he creído que la historia debe buscar al público. La historia es una necesidad social. Y es justamente por esa razón por la que los historiadores no solo debemos saber qué cosas ocurrieron en el pasado sino que también tenemos la obligación de saber contarlas, escribir con amenidad y utilizar todos los recursos literarios a nuestro alcance. Y más en un país como el nuestro, donde los esfuerzos por consensuar unos contenidos mínimos del pasado tropiezan con quienes conciben la historia de España como una invención, donde cada territorio, cada Comunidad Autónoma, se ha dedicado a inventar un ayer separado y enfrentado al de su vecino y donde políticos de todos los colores ponen el énfasis en una visión extremadamente dramática y pesimista, haciendo buena la tesis de la excepcionalidad, como si países como Francia, Gran Bretaña o Alemania no hubieran conocido crisis de violencia y dramatismo extraordinarios.



¿Se ha tergiversado la historia por intereses políticos a lo largo de nuestra existencia?

La historia nace del deseo de preservar el pasado, de constreñir su espontaneidad en una cárcel de papel de la que resulte imposible fugarse, de hacer los hechos pretéritos inteligibles, y por ello mismo, recuperables. Los otros fines que impulsan al historiador son, por supuesto, muy diversos, y entre ellos no cabe ignorar el de obtener la protección o la recompensa del poderoso.



¿Se sigue haciendo en la actualidad?

El pasado es inflamable y puede manipularse para alimentar el narcisismo colectivo, para justificar una matanza o una guerra, o como temía Orwell después de su paso por la Guerra Civil Española, para abrir paso a un mundo de pesadilla en el que cualquier dictador puede controlar el presente y también el futuro. El riesgo de la manipulación siempre está ahí, y a evitarlo no ayudan precisamente los nacionalismos, maestros en el arte de tergiversar el pasado. Véase, por ejemplo, lo que el nacionalismo catalán ha hecho de la Guerra de Sucesión, imponiendo un relato mítico en clave de resistencia del pueblo catalán contra el pueblo castellano cuando en realidad, como bien expresa uno de los personajes de Alguien heló tus labios, fue una guerra internacional que terminó enconándose en las entrañas de España, guerra de aventureros y soldados venidos de media Europa, guerra civil, guerra de partidarios borbónicos contra aliados austracistas, guerra de gentes que esperan perplejas a que los ejércitos extranjeros dejen de remover sus hogares.


¿Considera que es suficiente y adecuado el conocimiento de historia que se imparte en las escuelas?
No, claro que no. La historia, como la filosofía, corre el riesgo de desaparecer de los planes de estudio. Hablo de la historia seria, no de las tergiversaciones nacionalistas. Y esto entraña un enorme peligro. “Abolid el estudio de la historia”, advertía Voltaire a sus contemporáneos, “y veréis probablemente un nuevo San Bartolomé en Francia y un nuevo Cromwell en Inglaterra”. Y es que la historia es necesaria para desbaratar las mentiras que los políticos cuentan sobre ella y para arraigar en las gentes de a pie el sentido de las responsabilidades políticas, morales y civiles, mostrando que nada de lo ocurrido tuvo que ocurrir inevitablemente, que lo que aconteció ayer y acontece hoy no responde a un destino ciego e inexorable, sino a la virtud, inteligencia y sabiduría de los hombres; y, por supuesto, a la perversidad, estupidez e ignorancia de esos mismos hombres.

¿Valoramos lo suficiente nuestra rica historia?
Rotundamente no. Vea, por ejemplo, el siglo XVI. Piense en la imagen siniestra que aún perdura entre nosotros de este siglo lleno de sombras y luces, por supuesto, pero aún con todo, excepcional. Y es que quien conozca esta centuria no puede sino quedar fascinado. Fíjese, por citar dos grandes acontecimientos, en el Concilio de Trento y el descubrimiento de América. En Trento hay una nueva fundamentación de nuestra relación con Dios, y los teólogos españoles, frente a la omnipotencia divina, defienden la autonomía del hombre, que no es simplemente una criatura sumisa. Esa idea del hombre es la que cuajará después en las ideas de la Ilustración. En cuanto a América, su descubrimiento provoca una verdadera convulsión, y se presenta la pregunta: los habitantes de este territorio, ¿tienen los mismos derechos que nosotros? Es impresionante la respuesta que da la Escuela de Salamanca. Francisco Vitoria, en cualquier otro país, sería venerado como un genio, porque es quien pone las bases del derecho internacional.

¿Por qué pesa sobre España una ‘leyenda negra’? ¿Es un mito?
La sombra de la leyenda negra es alargada, en efecto. Aún hoy, después de una transición modélica, pervive la idea de que los españoles somos en el fondo particularmente crueles, sanguinarios y fanáticos. Y lo cierto es que buena parte de la culpa de que esto sea así la tenemos los mismos españoles, pues históricamente nos hacemos más fuertes en el dolor que en la alegría, en la pena que en la gloria. Así, si leemos, por ejemplo, el maravilloso soneto de Quevedo (“miré los muros de la patria mía…”), lo que nos embarga es un enorme sentimiento de desolación. Sin embargo, en el momento en que el genial poeta escribe esos versos España sigue siendo una potencia hegemónica. Por otra parte, nos hemos creído a pies juntillas todos los horrores que nuestros enemigos dijeron sobre nuestro papel en América, pero la realidad es que España trasvasa inmediatamente sus universidades al Nuevo Mundo, cosa que no hizo ningún otro país. Y esa imagen de que los conquistadores españoles impusieron la religión y la lengua a golpe de sable tampoco es cierta. Y es que el mapa lingüístico americano no se completa hasta finales del siglo XIX, precisamente porque la Iglesia fomenta la evangelización en las lenguas vernáculas.

¿Qué momento histórico del pasado de España considera más importante?
En un país del que han surgido emperadores romanos, que asombra al mundo con tesoros como la Mezquita de Córdoba, la Catedral de León o la Sagrada Familia, que cuenta con pintores como Velázquez y Goya, poetas como Góngora o García Lorca, juristas y teólogos como Francisco Vitoria, músicos como Falla o filósofos como Ortega y Gasset, es difícil decantarse por un momento histórico concreto. Pero puesto que Alguien heló tus labios se desarrolla fundamentalmente en los siglos XVI y XVII diré que el Siglo de Oro.


Américo Castro y 
España como existencia
Escribió uno de los grandes libros 
de interpretación de la larga génesis 
de la nación española

FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR


Del ser de España, comentábamos en la anterior entrega de esta serie, a la existencia histórica de España. Los trabajos académicos de fines de la primera década de la posguerra huían de la idealización de España como entidad estática y perfecta a través de los siglos, y analizaban el desarrollo dinámico de una nación decidida a hacerse un hueco entre los pueblos.

Describían el proceso de toma de conciencia, la condición terrenal de individuos de carne y hueso y la evolución de sus sentimientos de pertenencia a una comunidad. En esta actitud, que propinaba un manotazo intelectual a las bobas visiones de falsa trascendencia y ribetes folclóricos, se escribió uno de los grandes libros de interpretación de la larga génesis de la nación española.

En 1948, se publicó la primera edición de «España en su historia», con el significativo subtítulo de «Judíos, moros y cristianos». El texto tenía la garantía del prestigio, brillantez expositiva, sentido de la historia y capacidad de síntesis de Américo Castro e implicaba una especie de obligación cívica, el compromiso con su tiempo de un auténtico intelectual.

«En 1948, se publicó la primera edición de "España en su historia"»
Porque Castro escribió para un tiempo en el que ya se tambaleaba la presunta superioridad de las ideas de aquella Europa que arrinconó la cultura española en los siglos de decadencia. Para un tiempo que dudaba del significado de la civilización occidental tras las experiencias de genocidio y totalitarismo. El rescate del pasado de España, de su razón de ser pero, sobre todo, de su forma de existir, es la causa del éxito del libro que Castro no dejó de modificar en sucesivas ediciones.

«Una forma de vida nacional solo puede medirse históricamente atendiendo a los valores que ha creado y no a la lluvia de "felicidades" que haya vertido sobre sus participantes». Examinando lo que quedaba, tras la Segunda Guerra Mundial, de las ilusiones del progresismo y la soberbia del materialismo burgués, Américo Castro defendía la herencia imperecedera de una nación que se había despojado siempre de fervores economicistas y se había constituido sobre unas creencias que vinculaban al hombre con la salvación.

La España inconformista
Esa nación era incapaz de parar a mirarse, porque estaba demasiado ocupada en sentirse vivir cumpliendo la voluntad de Dios y ajustándose a la moral inherente a la trascendencia de nuestro ser y la magnitud redentora de nuestros actos.
«Ha desaparecido la dimensión de eternidad, incluso entre los profesionales cuyo oficio sería mantenerla viva», se dolía Castro al referirse a las condiciones espirituales de mediados del siglo XX. Por ello costaba entender la historia singular de España, la crónica de una nación inconformista, agotada por la fiebre de la insatisfacción.
España «vivió desviviéndose», insegura de sí misma, sumida en un quehacer incesante, sin dar respiro a sus moradores que jamás disfrutaron de los «gozosos eurekas de quienes descubren objetos universales e inmutables».
De ahí que España resultara problemática e incompleta para quienes, como el propio Ortega, lamentaban su desvertebración, la carencia de una idea común de patria en torno a la que agruparse. Lo que en Ortega era frustración, en Castro manifestaba la realidad estimulante de una pasión sostenida desde la invasión musulmana hasta el Renacimiento.

La tensión espiritual
Todos esos siglos encauzaron energías y costumbres e hicieron que el hombre sintiera la vida como misión y la tierra como exhalación de la divinidad. Una de las afirmaciones de Castro que provocó las mayores críticas, tanto en el exilio como en la España de la victoria franquista, es la de que la mentalidad de los españoles había nacido con la invasión musulmana. Y que laReconquista había sido el escenario histórico en el que tres religiones se mostraron como imperativos morales, como voluntad imperial, como justificación de todos los actos de la vida .
Los españoles vincularon su existencia a una tensión espiritual que les impedía detenerse a contemplar una obra terminada, porque les obligaba a una conducta, no a una perspectiva; a una acción, no a un concepto. El español estaba obsesionado por la eternidad, que «no les vino del cielo, sino que fueron a buscarla en el cielo, cuando hace doce siglos se encontraron sin más patrimonio que el cielo y la tierra que se les escapaba».

«Los españoles vincularon su existencia a una tensión espiritual»
Vivir con los ojos fijos en esa promesa inmensa de realización y salvación, vivir con el cuerpo tendido hacia la redención, vivir en la lucha y el contagio beneficioso de cristianos, moros y judíos, era el modo español de existencia cuyo brío, fortuna y agonía no experimentaron ninguna otra nación de Occidente.
Ese mestizaje está muy lejos de las frívolas y oportunistas consideraciones actuales sobre la multiculturalidad. No fue la renuncia a la propia cultura la que creó España como realidad histórica. Fue la presencia ineludible de comunidades de creyentes cuya confianza absoluta en su propia fe les permitió convivir, porque previamente habían afirmado su propia vida.

Hasta la tragedia de las expulsiones, esa fue la tersa inspiración de la España medieval. Una nación que no dejó de buscarse, de aprenderse, de hacerse, de sentirse, de vivirse, mientras otras se limitaban a fijar el símbolo de su rey, las armas de sus nobles y la bolsa de sus burgueses en la iconografía desfigurada del arte al servicio del poder.
Aquel largo aliento de quienes se sentían poseedores de un destino por cumplir recorrió siglos enteros hasta alcanzar tal plenitud, que fue precisa laalianza de todas las naciones modernas para derrotarla en los tiempos posteriores al imperio de Carlos y Felipe.
No era una España mítica, sino una España real, la descrita por Castro en su aventura conmovedora, en su compromiso radical, en su fe invencible, en su proclamación de la igualdad de los hombres ante Dios y en el convencimiento de que nuestra vida en la tierra tiene un sentido moral del que se nos juzgará algún día.



¿Dónde está España?
José Antonio Balbontín 
(Romancero del pueblo, 1930)

El nietecillo pregunta, con el dedo sobre el mapa,
abuelo, ¿dónde está Es
paña?

Y el anciano romancero, que luchó en la barricada
por la España y por la idea, en otra edad ya lejana,
rumorea la pregunta del niño: 
¿Dónde está España?

¡España, la enamorada de un ideal infinito 
y una nostalgia!
La lanza erguida hasta el cielo 
desde el llano de La Mancha.
¡Es
paña la indomable! 
¡España la empecinada!
¡Qué fue de tanta grandeza, mi nieto!
¿Dónde está España?

Reyes de baja ralea, Obispos de mala saña,
Ejércitos pretorianos y Políticos sin alma,
como una banda de buitres, 
la sangraron a mansalva.

¡Es
paña ha muerto, hijo mío! 
No la busques en el mapa.
¡Es
paña yace sin pulso sobre la estepa agostada!

Alzando la cara el nieto, 
como un escozor de raza,
Dijo, cerrando los puños, 
¡no quiero que muera España!

Y el abuelo, como el Cid en la vieja fábula,
prorrumpe, con un sollozo, feliz. 
¡Hijo de mi entraña!,
tu enojo me desenoja y tu indignación me agrada.
Es
paña vive de nuevo y nadie podrá matarla.
Es
paña alienta y renace como una llama
en la ilusión de tus ojos y en el candor de tu alma.

*
La agonía española de Luis Cernuda
El poeta sufría la abundante tristeza de una conciencia de español irrevocable
«Voz más divina que otra alguna, humana / al mismo tiempo, podemos siempre oírla, / dejarla que despierte sueños idos / del ser que fuimos y al vivir matamos». 
La referencia a Mozart era una de las muchas alusiones a la creación artística que aparecieron en la última entrega de «La realidad y el deseo», a la que Cernuda puso el título de «Desolación de la Quimera». Luis de Baviera escuchando «Lohengrin», Juan Ramón Jiménez contemplando el crepúsculo… Escrito entre 1956 y 1962, el libro se publicó un año antes de la temprana muerte del poeta, amenazado siempre por una cardiopatía. Aquel corazón no padecía solamente el riesgo de una grave dolencia congénita. Sufría la abundante tristeza de una conciencia de español irrevocable y solitaria. De un español que no podía dejar de serlo, que se enzarzaba en conmovedoras luchas emocionales entre su nostalgia y su rencor, entre su exaltación y su denuncia del carácter patrio, en su esperanza de redención popular y su amargura ante la quiebra nacional de 1936.

El intento de hacer de ella el resultado de un trágico destino o de un temperamento defectuoso, siempre asomado en las crisis históricas españolas, fue matizándose por su amor, su difícil pasión por una patria a la que nunca dejó de referirse, para insultarla como solo puede insultarse a algo querido; para llamarla en vano como solo puede invocarse lo que se ama; para ofrecer su inmensa inteligencia lírica y regalarnos una de las trayectorias literarias más poderosas de nuestra lengua.

Combate interior
Por ese constante y vigoroso combate interior, por esa agonía acentuada con la presentida cercanía de la muerte, Cernuda confió al último de sus libros poemas que eran verdaderos ajustes de cuentas con su tierra. A veces, solemnes bofetadas a quienes se apropiaban de la herencia de la poesía española del 27. Otras, duras e irónicas respuestas a quienes le habían criticado su propio quehacer lírico. Entristece ver a un hombre de aquel nivel atormentado por tanta mezquindad y dedicando su precioso tiempo a ese desagüe de residuos morales. Pero hubo en aquel libro auténtica belleza, en contra de lo que pensaron algunos críticos desconcertados por el abandono de las formas más serenas del Cernuda de mediana edad, el autor de «Las nubes» o «Como quien espera el alba». Y belleza, en la lírica, no es artificio, cuando el poeta adopta la opulencia de las imágenes y la caudalosa penetración de las metáforas, sino construcción de una realidad paralela necesitada de un lenguaje totalmente distinto al de la prosa. La belleza tampoco es correcta redacción, cuando el autor elige esa peligrosa aproximación al idioma común en el que la sencillez sabia y la austeridad genial han de combatir contra la amenaza de lo que lleva a salirse del territorio perfectamente definido de lo que es poesía y lo que deja de serlo.

Poesía es lo que no puede decirse de otro modo, no porque busque elhermetismo, sino porque su función es hablar de lo más íntimo, invisible y poco narrable de las cosas. La poesía no es poner las expresiones en verso. La poesía es darle a la palabra el sentido de la eternidad. La prosa puede permitirse ser reproducción inmediata de lo cotidiano. La poesía solo es legítima si sabe pronunciar lo esencial que existe en cada fragmento de existencia. La poesía solo es necesaria para comunicarse con lo que no puede ser evocado más que con la belleza, que se constituye como certeza última al ser realidad hermosa, que se hace conocimiento al romper las aguas selladas de la trascendencia y nos define como criaturas de Dios, que existen porque ha habido una razón para darles vida, y ellas lo saben en su propia aspiración de vivir para siempre.

Desnudez
La sencillez del último Cernuda no necesitaba demostrar capacidad de construir escenarios metafóricos inmensos. Lo había hecho en dos libros indispensables en los años anteriores a la guerra, «Los placeres prohibidos» y «Donde habite el olvido». Esa discreción de recursos era una deliberada desnudez. Era una imperiosa necesidad de tutear a España y a los españoles, de hablarles, de reñirles, de soñarles desesperadamente. Las agonías como esta no necesitan exagerarse, no precisan de trampas de luz barrocas o de ingeniería verbal surrealista. Está hablando un poeta que se muere, entre otras cosas, de pena. De exilio. De amor y de resentimiento, como todo amor que no es correspondido. ¿Cómo expresar su última queja, sino buscando en el mayor de los novelistas españoles esa protección contra el desánimo? En la segunda parte de su «Díptico español», «Bien está que fuera tu tierra», Cernuda recuerda a Pérez Galdós. Lo recuerda como un regalo de la infancia: «Y cruzaste el umbral de un mundo mágico, / la otra realidad que está tras esta: / Gabriel, Inés, Amaranta, / Soledad, Salvador, Genara».

Galdós, en el alma
Allí estaban los protagonistas de las primeras series de los «Episodios nacionales», los que referían la lucha de España por su independencia y el esfuerzo por lograr la instauración de una sociedad liberal. Entre todos, el recuerdo de Salvador Monsalud, uno de los personajes más simpáticos de todo aquel inmenso tapiz tejido por Pérez Galdós. Cernuda decía haber llevado siempre a Galdós en su alma, porque era quien le permitía acompañarse del recuerdo o la fantasía de una nación libre, patriota, honesta y decente, esa nación que existió realmente y había caducado para tantos.

Esa nación convertida en impulso creador, en referencia moral, en secreta pasión alojada en el lugar más triste del corazón de un hombre a solas. 
«Hoy, cuanto a tu tierra ya no necesitas,/ aún en estos libros te es querida y necesaria,/más real y entresoñada que la otra:/ no esa, más aquella es hoy tu tierra./ Lo que Galdós a conocer te diese,/como él tolerante de lealtad contraria,/según la tradición generosa de Cervantes,/heroica viviendo, heroica luchando/por el futuro que era el suyo,/no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto».

ELOGIO DEL PATRIOTISMO
MIGUEL LÓPEZ CORRAL

NO PUEDE HABER PATRIOTISMO 
SIN CONCIENCIA NACIONAL
Libertad, Justicia, Patria y Verdad

"Os permito, tolero, admito, 
que no os importe la República, 
pero no que no os importe España. 
El sentido de la Patria no es un mito».
Manuel Azaña



La España de Galdós 
enseñada a Pablo Iglesias




Según todas las encuestas, Pablo Iglesias ganará las elecciones generales en Noviembre y podría comerse el turrón en la Moncloa como Presidente del Gobierno de España. Después de Zapatero, que es lo más parecido a Carlos II El Hechizado que hemos padecido en democracia y después de Rajoy, émulo de Fernando VII, el Rey Felón, ningún presidente del Gobierno debería asustarnos. Sin embargo, ninguno de ellos hizo profesión de fe, en largo y por escrito, de odio a la nación, esa que este año podría presidir.

Pablo Iglesias, sí. El 27-8-2008, firmando como "Doctor en ciencia política" publicó en el portal Rebelion.org, donde se cita lo mejor de la intelectualidad antisistema, proetarra o que no le hace ascos a la violencia, un largo ensayo La selección de baloncesto y la lucha de clases, en el que, aparte de declarar leninista a Aito García Reneses, proclamar a Lenin MVP (jugador más valioso) de la final España-Estados Unidos y politizar una táctica baloncestística de forma tan disparatada como no se veía desde El cultivo del tomate y el pensamiento Mao Tse-tung, vertía con abundancia y claridad sus ideas sobre España y lo español, sin duda el asunto más importante en quien puede ser Presidente de España, más o menos entre el día de la Lotería y el de los Santos Inocentes.



Iglesias arranca con un introito de afectuoso respeto al separatismo catalán y vasco, que, recuérdese, es el del racismo de Arana y el Doctor Robert, el régimen de Pujol y el PNV, el terrorismo etarra y el de Terra Lliure, que eran en 2008 sus manifestaciones históricas más importantes:



"Los catalanes, los vascos y todos aquellos que sufren de emociones nacionales no representadas en forma de Estado deberían tener derecho a disfrutar, al menos, de sus colores, himnos y demás parafernalia patria. Vaya eso por delante."



Ya ha ido. Vayamos ahora a su idea de España y de sus símbolos:



"Los que somos de izquierdas y sufrimos un irredentismo particular soportando día tras día el nacionalismo español (por definición de derechas) y su bandera monárquica y postfranquista, deberíamos también ser objeto de una solidaridad similar, o al menos de una cierta compasión. Ya me gustaría a mí ver a los jugadores de la selección de basket con uniforme tricolor y escuchar un himno como La Marsellesa y no la cutre pachanga fachosa, antes de los partidos o cuando se gana algo."

"Pero esto es lo que hay, y si te gusta el baloncesto y quieres emocionarte con un equipo que conoces (yo hasta que el baloncesto boliviano no llegue las olimpiadas paso de cambiar de equipo) te tienes que tragar la infame pompa nacional (...)"

"El caso es que a mí, a pesar de que me revienta el nacionalismo español (mucho más que el vasco o el catalán, que le voy a hacer), el basket me vuelve loco desde chico y esta mañana, desde las ocho y pagando con un cruel dolor de cabeza los excesos nocturnos y la falta de sueño, he disfrutado de la final olímpica como nadie".

Le ahorraré al lector varias páginas sobre el supuesto leninismo de García Reneses, amén de citas del filósofo italiano Toni Negri, considerado por la policía italiana cerebro del grupo terrorista Autonomía Operaia –ligado o confundido con las Brigadas Rojas, las asesinas de Aldo Moro- y que explica el catenaccio o cerrojo del fútbol italiano como una forma de resistencia obrera. Otra prueba de que la psicopatología leninista es una ideología universitaria que puede abocar en la sociopatía de Stalin o el Che. Pero vayamos a lo que piensa de España el probable presidente Iglesias:

"El resultado final en el marcador en nada empaña estas enseñanzas revolucionarias. De hecho, nos ha librado de aguantar el himno, de las celebraciones de exaltación nacional, del orgullo de ser español (yo preferiría sentirme orgulloso de algo un poco más meritorio) y de la sucesión de infames actos protocolarios que acompañan los éxitos de los héroes de la patria. Ya tuvimos esta suerte en el pasado europeo de Madrid, con el extra añadido de escuchar los acordes del viejo himno soviético y poder recordar esa final mítica de Munich 72 en que la Unión Soviética, con canasta de Sergei Belov en el último segundo a pase de Ivan Edeshko, hizo morder el polvo a los estadounidenses, en plena Guerra Fría."

Nostalgia del Gulag y de la Checa

Iglesias no puede recordar, salvo en sueños, la final de Munich 72, porque nació en 1978, año en que la inmensa mayoría de españoles votó la actual Constitución. Su identificación con el himno de la URSS, el de los inmensos genocidios de Lenin y Stalin -40 millones de muertos- en un año en que decenas de miles de presos políticos se pudrían en Siberia es mera fantasía identificatoria con los creadores de la Vétcheka, vulgo checa. Pero mucho ha de odiar a España alguien que se siente aliviado de la derrota por ahorrarse el himno nacional y otras manifestaciones del "orgullo de ser español", ya que "preferiría sentirme orgulloso de algo más meritorio". ¿Meritorio como el himno de la URSS? ¿Como el Gulag, obra de Lenin? ¿Como las condenas a los homosexuales del castrismo en las UMAP, o los ahorcamientos en Irán, con el que Iglesias ha renovado contrato televisivo?



Sentirse orgulloso de todo lo español y todos los españoles es algo en lo que sólo caerán los muy necios. En la URSS, tan necios como asesinos. Pero pocas naciones en el mundo tienen méritos cuyo recuerdo y emulación puedan alimentar las virtudes ciudadanas como España. Una nación cuya civilización empieza –véase Domínguez Ortiz- hace tres mil años, que hace dos mil estaba romanizada y cristianizada casi por completo, que era reino cristiano independiente hace mil quinientos, el primer estado nacional europeo hace cinco siglos, el tercer país en proclamar su constitución, con el añadido heroico de hacerlo en Cádiz, cercado por el ejército napoleónico, el más poderoso del mundo, al que derrotó tras seis años de cruenta guerra. Esa es España. Pues bien, al nacer Pablo Iglesias, en 1978, España había recobrado, tras la guerra civil y la dictadura franquista, un régimen constitucional y democrático, que, si los españoles lo votan, le permitirá ser presidente del Gobierno este año 2015. Asombra que no lo agradezca.

Algunas cosas meritorias de España

¿Nada en la milenaria historia de España le permitiría al Presidente del Gobierno de Podemos sentirse orgulloso de nuestro pasado común? ¿Ni una sola obra musical, clásica o popular, ópera o zarzuela, Victoria o Falla, Concha Piquer o Miguel de Molina, nada hasta Lluis Llach y Javier Krahe? ¿Nada en la arquitectura, celtíbero, romano, mozárabe, mudéjar, románico, gótico, nazarí, plateresco, barroco, neoclásico o modernista? ¿Nada? ¿Nada en la pintura: Velázquez, Goya, ni siquiera Picasso, le suscita admiración?

¿Nada tampoco meritorio ni de lo que enorgullecerse humildemente en la literatura? ¿Ni el Poema del Cid ni el Romancero, ni el Arcipreste de Hita, ni Jorge Manrique, ni el Lazarillo, ni La Celestina, ni Garcilaso, ni Fray Luis de león, ni Santa Teresa, ni san Juan de la Cruz, ni Cervantes, ni Lope, ni Quevedo, ni Góngora, ni Calderón, ni Gracián, ni Moratín, ni Larra, ni Espronceda, ni Zorrilla, ni Bécquer, ni Rosalía de Castro, ni Valera, ni Galdós, ni Pardo Bazán, ni Juan Ramón, ni los Machado, ni Unamuno, ni Baroja, ni Azorín, ni Valle Inclán, ni Gómez de la Serna, ni Ortega, ni Azaña, ni Pérez de Ayala, ni Guillén, ni Lorca, ni Cernuda, ni Alberti, ni Miguel Hernández, ni Bergamín, que era del FRAP como su padre? ¿Nada hay meritorio o que le obligue a ser humildemente orgulloso, por todo lo que vale esa lengua que es la suya y de otros quinientos millones más, y que durante muchos siglos ha creado tanto que el mundo cree meritorio?



Pablo Iglesias padece esa enfermedad del odio a España que se basa en la zafia identificación de España o el "nacionalismo español" con la derecha: "El nacionalismo español (por definición de derechas)", dice muy campanudo el doctor en Ciencia Política en el artículo citado. No creo que nadie que odia a su país y lo dice pueda llegar a presidirlo, salvo en España, donde una izquierda que desconoce patológicamente su propia historia es capaz de respetar a cenutrios racistas como Arana y asesinos como los etarras o hacer de "L'Estaca" del separatista catalán Lluis Llach, el himno de Podemos, mientras exhibe su odio al himno y la bandera de España, a los que, en su vanidosa burricie académica, llama "de derechas".

La patria según Galdós, diputado republicano-socialista

Nadie, salvo un asno universitario, podría tomar a Galdós por uno de esos reaccionarios que tantos progres, a cambio de odiarlos, se ahorran leer. Pero si hay un símbolo durante medio siglo largo del liberalismo exaltado, del anticlericalismo, de la izquierda de todas las tendencias, al punto de ser diputado por la conjunción republicano-socialista, ese es Don Benito Pérez Galdós. Pues bien, hace casi siglo y medio, en 1873, antes de que naciera Franco pero cuando ya teníamos himno y bandera nacionales desde hacía un siglo, en el primero de sus Episodios Nacionales, Trafalgar, que Pablo Iglesias debió leer en el bachillerato -pero si leyó, olvidó- Galdós pone en boca de su joven héroe, Gabriel Araceli, como nace en él la idea de patria, como se ve parte de la nación española, cómo a orillas de la muerte, nada menos que en la batalla de Trafalgar, entiende la gran idea que guiará su vida y que muchos años después, a punto de morir, evoca emocionado:



"Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. (...) en el momento que precedió al combate, comprendí todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo, y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche, y saca de la obscuridad un hermoso paisaje. Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje, el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amansan la travesura e inquietud de los nietos; la calle, donde se ve desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia desde el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara.



Mirando nuestras banderas rojas y amarillas, los colores combinados que mejor representan al fuego, sentí que mi pecho se ensanchaba; no pude contener algunas lágrimas de entusiasmo; me acordé de Cádiz, de Vejer; me acordé de todos los españoles, a quienes consideraba asomados a una gran azotea, contemplándonos con ansiedad (...). Un repentino estruendo me sacó de mi arrobamiento, haciéndome estremecer con violentísima sacudida. Había sonado el primer cañonazo."



Ese cañonazo es el que suena siempre en los grandes momentos históricos. En la España actual sonó en las Elecciones Europeas, de donde nació un posible Presidente de Gobierno que odia a España. Tal vez adivinándolo, con su último aliento, Gabriel Araceli dice:

"Cercano al sepulcro, y considerándome el más inútil de los hombres, aún haces brotar lágrimas en mis ojos, ¡amor santo de la patria! En cambio, yo aún puedo consagrarte una palabra, maldiciendo al ruin escéptico que te niega y al filósofo corrompido que te confunde con los intereses de un día."
Canto Primero

Blas de Otero

“…Es nuestro ayer, nuestro dolor sin nombre,
retornando, de nuevo, su camino;
futuro en desazón, presente incierto…”
BO

“Canto Primero”

Definitivamente, cantaré para el hombre.
Algún día —después—, alguna noche,
me oirán. Hoy van —vamos— sin rumbo,
sordos de sed, famélicos de oscuro.

Yo os traigo un alba, hermanos. Surto un agua,
eterna no, parada ante la casa.
Salid a ver. Venid, bebed. Dejadme
que os unja de agua y luz, bajo la carne.

De golpe, han muerto veintitrés millones
de cuerpos. Sobre Dios saltan de golpe
-sorda, sola trinchera de la muerte-
con el alma en la mano, ente los dientes

el ansia. Sin saber por qué, mataban;
muerte son, sólo muerte. Entre alambradas
de infinito, sin sangre. Son hermanos
nuestros. Vengadlos, sin piedad, ¡vengadlos!

Solo está el hombre. ¿Es esto lo que os hace
gemir? Oh si supieseis que es bastante.
Si supieseis bastaros, ensamblaros.
Si supierais ser hombres, sólo humanos.

¿Os da miedo, verdad? Sé que es más cómodo
esperar que Otro -¿quién?- cualquiera. Otro,
ser, si procuro ser quien soy. ¡Quién sabe

si hay más! En cambio, hay menos: sois sentinas
de hipocresía. ¡Oh, sed, salid al día!
No sigáis siendo bestias disfrazadas
de ansia de Dios. Con ser hombres os basta.

De: “Ancia” – 1958
Recogido en “Obra Completa” – 1935 – 1977
Ed. Galaxia Gutenberg – 2013©
978-84-8109-955-3

BLAS DE OTERO 
ESPAÑA CAMISA BLANCA 

España camisa blanca de mi esperanza 
reseca historia que nos abrasa 
con acercarse solo a mirarla. 
Paloma buscando cielos más estrellados 
donde entendernos sin destrozarnos 
donde sentarnos y conversar. 

España camisa blanca de mi esperanza 
la negra pena nos atenaza 
la pena deja plomo en las alas 
quisiera poner el hombro y pongo palabras 
que casi siempre acaban en nada 
cuando se enfrentan al ancho mar. 

España camisa blanca de mi esperanza 
a veces madre y siempre madrastra 
navaja, barrio, clavel, espada. 
La muerte siempre presente nos acompaña 
en nuestras cosas más cotidianas 
y al fin nos hace a todos igual. 

España camisa blanca de mi esperanza 
de fuera o dentro dulce o amarga 
de olor a incienso de cal y caña. 
¿Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas 
nos hizo libres pero sin alas 
nos dejo el hombre y se llevo el pan? 

España camisa blanca de mi esperanza 
aquí me tienes nadie me manda 
quererte tanto me cuesta nada. 
Nos haces siempre a tu imagen y semejanza 
lo bueno y malo que hay en tu estampa 
de peregrina a ningún lugar.



*
GABRIEL CELAYA
EN EL FONDO DE LA NOCHE 
TIEMBLAN LAS AGUAS DE PLATA 
(De "Marea de silencio", 1935)

En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata.
La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.
Con su nimbo de silencio
pasan los sonámbulos de cabeza de cristal,
pasan como quien suspira,
pasan entre los hielos transparentes y verdes.

Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero
sobre los cuerpos blanquísimos del frío.

En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;
los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna.

Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos,
el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas,
el momento en que por fin todo parece posible.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.

Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta.
La quietud de esta hora es un silencio que escucha,
el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.
Decidme lo que habéis visto.
En el fondo de la noche
hay un escalofrío de cuerpos ateridos.

ESPAÑA EN MARCHA
(De "Cantos iberos", 1955)

Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.

No vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.

Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.

Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.

De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.

¡A la calle!, que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.

No reniego de mi origen,
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.

Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.

Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño.

Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.

No quiero justificarte
como haría un leguleyo.
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.

España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.


LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
(De "Cantos iberos", 1955)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque a penas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son acto

*
LA INSIGNIA
LEÓN FELIPE

Alocución poemática

¿HABÉIS hablado ya todos?
¿Habéis hablado ya todos los españoles?
Ha hablado el gran responsable revolucionario,
y los pequeños responsables;
ha hablado el alto comisario,
y los comisarios subalternos;
han hablado los partidos políticos,
han hablado los gremios,
los Comités,
y los Sindicatos,
han hablado los obreros y los campesinos;
han hablado los menestrales:
ha hablado el peluquero,
el mozo de café
y el limpiabotas.
Y han hablado los eternos demagogos también.
Han hablado todos.
Creo que han hablado todos.
¿Falta alguno?
¿Hay algún español que no haya pronunciado su palabra?...
¿Nadie responde?... (Silencio). Entonces falto yo sólo.
Porque el poeta no ha hablado todavía.
¿Quién ha dicho que ya no hay poetas en el mundo?
¿Quién ha dicho que ya no hay profetas?

Un día, los reyes y los pueblos,
para olvidar su destino fatal y dramático
y para poder suplantar el sacrificio con el cinismo y con la pirueta,
substituyeron al profeta por el bufón.
Pero el profeta no es más que la voz vernácula de un pueblo,
la voz legítima de su Historia,
el grito de la tierra primera que se levanta en el barullo del mercado, 

sobre el vocerío de los traficantes.
Nada de orgullos
Ni jerarquías divinas ni genealogías eclesiásticas.
La voz de los profetas -recordadla-
Es la que tiene más sabor de barro.
De barro,
del barro que ha hecho al árbol -al naranjo y al pino-
del barrio que ha formado
nuestro cuerpo también.
Yo no soy más que una voz -la tuya, la de todos-
la más genuina,
la más general,
la más aborigen ahora,
la más antigua de esta tierra.
La voz de España que hoy se articula en mi garganta, 

como pudo articularse en otra 
cualquiera.
Mi voz no es más que la onda de la tierra,
de nuestra tierra,
que me coge a mí hoy como una antena propicia.
Escuchad,
escuchad, españoles revolucionarios,
escuchad de rodillas.
No os arrodilléis ante nadie.
Os arrodilláis ante vosotros mismos,
ante vuestra misma voz,
ante vuestra misma voz que casi habíais olvidado.
De rodillas. Escuchad.

Españoles,
españoles revolucionarios,
españoles de la España legítima,
que lleva en sus manos el mensaje genuino 

de la raza para colocarlo humildemente
en el cuadro armonioso de la Historia Universal de mañana,
y junto al es fuerzo generoso de todos los pueblos del mundo...
escuchad:
Ahí están -miradlos-
ahí están, los conocéis bien.
Andan por toda Valencia,
están en la retaguardia de Madrid
y en la retaguardia de Barcelona también.
Están en todas las retaguardias.
Son los Comités,
los partidillos,
las banderías,
los Sindicatos,
los guerrilleros criminales de la retaguardia ciudadana.
Ahí los tenéis.
Abrazados a su botín reciente,
guardándole,
defendiéndole,
con una avaricia que no tuvo nunca el más degradado burgués.
¡A su botín!
¡Abrazados a su botín!
Porque no tenéis más que botín.
No le llaméis ni incautación siquiera.
El botín se hace derecho legítimo cuando está sellado 

por una victoria última y heroica.
Se va de lo doméstico a lo histórico,
y de lo histórico a lo épico.
Este ha sido siempre el orden que ha llevado 

la conducta del español en la Historia,
en el ágora
y hasta en sus transacciones,
que por eso se ha dicho siempre que el español 

no aprende nunca bien el oficio de mercader.
Pero ahora,
en esta revolución,
el orden se ha invertido.
Habéis empezado por lo épico,
habéis pasado por lo histórico
y ahora aquí,
en la retaguardia de Valencia,
frente a todas las derrotas,
os habéis parado en la domesticidad.
Y aquí estáis anclados,
Sindicalistas,
Comunistas,
Anarquistas,
Socialistas,
Trotskistas,
Republicanos de Izquierda...
Aquí estáis anclados,
custodiando la rapiña,
para que no se la lleve vuestro hermano.
La curva histórica del aristócrata, desde su origen popular 

y heroico hasta su última
degeneración actual, cubre en España más de tres siglos.
La del burgués, setenta años.
Y la vuestra, tres semanas.
¿Dónde está el hombre?
¿Dónde está el español?
Que no he de ir a buscarle al otro lado.
El otro lado es la tierra maldita, la España maldita de Caín, 

aunque la haya bendecido el Papa.
Si el español está en algún sitio, ha de ser aquí.
Pero, ¿dónde, dónde?...
Porque vosotros os habéis parado ya
y no hacéis más que enarbolar todos los días nuevas banderas 

con las camisas rotas
y con los trapos sucios de la cocina.
Y si entrasen los fascistas en Valencia mañana, 

os encontrarían a todos haciendo
guardia ante las cajas de caudales.
Esto no es derrotismo, como decís vosotros.
Yo sé que mi línea no se quiebra,
que no la quiebran los hombres,
y que tengo que llegar hasta Dios para darle cuenta de algo 

que puso en mis manos
cuando nació la primera substancia española.
Esto es lógica inexorable.
Vencen y han vencido siempre en la Historia inmediata, 

el pueblo y el ejército que
han tenido un punto de convergencia, 

aunque este punto sea tan endeble y
tan absurdo como una medalla de aluminio bendecida 

por un cura sanguinario.
Es la insignia de los fascistas.
Esta medalla es la insignia de los fascistas.
Una medalla ensangrentada de la Virgen.
Muy poca cosa.
Pero, ¿qué tenéis vosotros ahora que os una más?

Pueblo español revolucionario,
¡estás solo!
¡Solo!
Sin un hombre y sin un símbolo.
Sin un emblema místico donde se condense el sacrificio y la disciplina.
Sin un emblema solo donde se hagan bloque macizo 

y único todos tus esfuerzos y
todos tus sueños de redención.
Tus insignias,
tus insignias plurales y enemigas a veces, se las compras en el mercado caprichosamente
al primer chamarilero de la Plaza de Castelar,
de la Puerta del Sol
o de las Ramblas de Barcelona.
Has agotado ya en mil combinaciones egoístas 

y heterodoxas todas las letras del alfabeto.
Y has puesto de mil maneras diferentes, en la gorra y en la zamarra
el rojo
y el negro,
la hoz,
el martillo
y la estrella.
Pero aún no tienes una estrella SOLA,
Después de haber escupido y apagado la de Belem.

Españoles,
españoles que vivís el momento más trágico de toda nuestra Historia,
¡estáis solos!
¡Solos!
El mundo,
todo el mundo es nuestro enemigo, y la mitad de nuestra sangre 

-la sangre podrida
y bastarda de Caín- se ha vuelto contra nosotros también.

¡Hay que encender una estrella!
¡Una sola, sí!
Hay que levantar una bandera.
¡Una sola, sí!
Y hay que quemar las naves.
De aquí no se va más que a la muerte o a la victoria.
Todo me hace pensar que a la muerte.
No porque nadie me defiende
sino porque nadie me entiende.
Nadie entiende en el mundo la palabra "justicia". Ni vosotros siquiera.
Y mi misión era estamparla en la frente del hombre
y clavarla después en la Tierra
como el estandarte de la última victoria.
Nadie me entiende.
Y habrá que irse a otro planeta
con esta mercancía inútil aquí,
con esta mercancía ibérica y quijotesca.
¡Vamos a la muerte!
Sin embargo,
aún no hemos perdido aquí la última batalla,
la que se gana siempre pensando que ya no hay más salida que la muerte.
¡Vamos a la muerte!
Este es nuestro lema.
Que se despierte Valencia y que se ponga la mortaja.

¡Gritad,
gritad todos.
Tú, el pregonero y el speaker,
echad bandos,
encended las esquinas con letras rojas
que anuncien esta sola proclama:
¡Vamos a la muerte!
Que lo oigan todos. Todos.
Los que trafican con el silencio
Y los que trafican con las insignias.
Chamarileros de la Plaza de Castelar,
chamarileros de la Puerta del Sol,
chamarileros de las Ramblas de Barcelona
destrozad,
quemad vuestra mercancía.
Ya no hay insignias domésticas,
ya no hay insignias de latón.
Ni para los gorros
ni para las zamarras.
Ya no hay cédulas de identificación.
Ya no hay más cartas legalizadas
ni por los Comités
ni por los Sindicatos.
¡Que les quiten a todos los carnets!
Ya no hay más que un problema.
Ya no hay más que una estrella,
Una sola, SOLA, y ROJA, sí,
pero de sangre y en la frente,
que todo español revolucionario ha de hacérsela
hoy mismo,
ahora mismo
y con sus propias manos.
Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros.
Id a las fraguas.
Que os pongan en la frente el sello de la justicia.
Madres,
madres revolucionarias,
estampad este grito indeleble de justicia
en la frente de vuestros hijos.
Allí donde habéis puesto siempre vuestros besos más limpios.
(Esto no es una imagen retórica.
Yo no soy el poeta de la retórica.
Ya no hay retórica.
La revolución ha quemado
todas las retóricas.)
Que nadie os engañe más.
Que no haya pasaportes falsos
ni de papel
ni de cartón
ni de hojadelata.
Que no haya más disfraces
ni para el tímido
ni para el frívolo
ni para el hipócrita
ni para el clown
ni para el comediante.
Que no haya más disfracesv ni para el espía que se sienta 

a vuestro lado en el café,
ni para el emboscado que no sale de su madriguera.
Que no se escondan más en un indumento proletario esos 

que aguardan a Franco con
las últimas botellas de champán en la bodega.
Todo aquel que no lleve mañana este emblema español revolucionario, 

este grito de
¡Justicia! sangrando en la frente, pertenece a la Quinta Columna.

Ninguna salida ya
a las posibles traiciones.
Que no piense ya nadie
en romper documentos comprometedores
ni en quemar ficheros
ni en tirar la gorra a la cuneta
en las huidas premeditadas.
Ya no hay huidas.
En España ya no hay más que dos posiciones fijas e inconmovibles.
Para hoy y para mañana.
La de los que alzan la mano para decir cínicamente: 

"Yo soy un bastardo español"
y la de los que la cierran con ira para pedir justicia bajo los cielos implacables.
Pero ahora este juego de las manos ya no basta tampoco.
Hace falta más.
Hacen falta estrellas, sí, muchas estrellas,
pero de sangre,
porque la retaguardia tiene que dar la suya también.

Una estrella de sangre roja,
de sangre roja española.
Que no haya ya quien diga:
esa estrella es de sangre extranjera.
Y que no sea obligatoria tampoco.
Que mañana no pueda hablar nadie de imposiciones,
que no pueda decir ninguno que se le puso la pistola en el pecho.
Es un tatuaje revolucionario, sí.
Yo soy revolucionario,
España es revolucionaria,
Don Quijote es revolucionario.
Lo somos todos. Todos.
Todos los que sienten este sabor de justicia 

que hay en nuestra sangre y que se nos
hace hiel y ceniza cuando sopla el viento del norte.
Es un tatuaje revolucionario,
pero español.
Y heroico también.
Y voluntario además.
Es un tatuaje que buscamos sólo para definir nuestra fe.
No es más que una definición de fe.

Hay dos vientos hoy que sacuden furiosos a los hombres de España,
dos ráfagas fatales que empujan a los hombres de Valencia.
El viento dramático de los grandes destinos, 

que arrastra a los héroes a la victoria o
a la muerte,
y la ráfaga de los pánicos incontrolables que se lleva 

la carne muerta y podrida de los
naufragios a las playas de la cobardía y del silencio.
Hay dos vientos, ¿no los oís?
Hay dos vientos, españoles de Valencia.
El uno va a la Historia.
El otro va al silencio.
El uno va a la épica.
El otro a la vergüenza.

Responsables:
El gran responsable y los pequeños responsables:
Abrid las puertas,
derribad las vallas de los Pirineos.
Dadle camino franco
a la ráfaga amarilla de los que tiemblan.
Una vez más veré el rebaño de los cobardes huir hacia el ludibrio.
Una vez más veré en piara la cobardía.
Os veré otra vez
robándole el asiento
a los niños y a las madres.
Os veré otra vez.
Pero vosotros os estaréis viendo siempre.
Un día moriréis fuera de vuestra Patria. En la cama tal vez. 

En una cama de sábanas
blancas, con los pies desnudos (no con los zapatos puestos, 

como ahora se muere en España), con los pies desnudos y ungidos, 
acaso, con los óleos santos. Porque moriréis muy santamente, 
y de seguro con un crucifijo y con una oración 
de arrepentimiento en los labios. 
Estaréis ya casi con la muerte, 
que llega siempre. Y os acordaréis 
-¡claro que os acordaréis!- de esta vez que la huistéis 
y la burlásteis, usurpándole el asiento a un niño 
en un autobús de evacuación. 
Será vuestro último pensamiento. 
Y allá, al otro lado, cuando ya no seáis más que una conciencia suelta, en el tiempo y en el espacio, y caigáis precipitados al fin en los tormentos dantescos -porque o creo en el infierno también- no os veréis más que así, siempre, siempre, siempre,
robándole el asiento a un niño en un autobús de evacuación.
El castigo del cobarde ya sin paz y sin salvación por toda la eternidad.
No importa que no tengas un fusil,
quédate aquí con tu fe.
No oigas a los que dicen: la huida puede ser una política.
No hay más política en la Historia que la sangre.
A mí no me asusta la sangre que se vierta,
a mí me alegra la sangre que se vierte.
Hay una flor en el mundo que sólo puede crecer si se la riega con sangre.
La sangre del hombre
está hecha no sólo para mover su corazón
sino para llenar los ríos de la Tierra,
las venas de la Tierra, y mover el corazón del mundo.

¡Cobardes: hacia los Pirineos, al destierro!
¡Héroes: a los frentes, a la muerte!

Responsables:
el grande y los pequeños responsables:
organizad el heroísmo,
unificad el sacrificio.
Un mando único. Sí.
Pero para el último martirio.
¡Vamos a la muerte!
Que lo oiga todo el mundo.
Que lo oigan los espías.
¿Qué importa ya que lo oigan los espías?
Que lo oigan ellos, los bastardos.
¿Qué importa ya que lo oigan los bastardos?
¿Qué importan ya todas esas voces de allá abajo,
si empezamos a cabalgar sobre la épica?
A estas alturas de la Historia ya no se oye nada.
Se va hacia la muerte...
y abajo queda el mundo de las raposas,
y de los que pactan con las raposas.

Abajo quedas tú, Inglaterra,
vieja raposa avarienta,
que tienes parada la Historia de Occidente hace más de tres siglos
y encadenado a Don Quijote.
Cuando acabe tu vida
y vengas ante la Historia grande
donde te aguardo yo,
¿qué vas a decir?
¿Qué astucia nueva vas a inventar entonces para engañar a Dios?
¡Raposa!
¡Hija de raposos!
Italia es más noble que tú.
Y Alemania también.
En sus rapiñas y en sus crímenes
hay un turbio hálito nietzscheano de heroísmo 

en el que no pueden respirar los mercaderes,
un gesto impetuoso y confuso de jugárselo todo a la última carta, 

que no pueden
comprender los hombres pragmáticos.
Si abriesen sus puertas a los vientos del mundo,
si las abriesen de par en par,
y pasasen por ellas la Justicia
y la Democracia Heroica del hombre,
yo pactaría con las dos para echar sobre tu cara de vieja raposa 

sin dignidad y sin amor
toda la saliva y todo el excremento del mundo.
¡Vieja raposa avarienta:
has escondido,
soterrado en tu corral,
la llave milagrosa que abre la puerta diamantina de la Historia...
No sabes nada.
No entiendes nada y te metes en todas las casas
a cerrar ventanas
y a cegar la luz de las estrellas!
Y los hombres te ven y te dejan.
Te dejan porque creen que ya se les han acabado los rayos a Júpiter.
Pero las estrellas no duermen.

No sabes nada.
Has amontonado tu rapiña detrás de la puerta, 

y tus hijos, ahora, no pueden abrirla
para que entren los primeros rayos de la aurora nueva del mundo.
Vieja raposa avarienta,
eres un gran mercader.
Sabes llevar muy bien
las cuentas de la cocina
y piensas que yo no sé contar.
Sí sé contar.
He contado mis muertos.
Los he contado todos,
los he contado uno por uno.
Los he contado en Madrid,
los he contado en Oviedo,
los he contado en Málaga,
los he contado en Guernica,
los he contado en Bilbao...
Los he contado en todas las trincheras,
en los hospitales,
en los depósitos de los cementerios,
en las cunetas de las carreteras,
en los escombros de las casas bombardeadas.
Contando muertos este otoño por el Paseo de El Prado, 

creí una noche que caminaba
sobre barro, y eran sesos humanos que tuve por mucho tiempo 

pegados a la suela de mis zapatos.
El 18 de noviembre, sólo en un sótano de cadáveres, 

conté trescientos niños muertos...
Los he contado en los carros de las ambulancias,
en los hoteles,
en los tranvías,
en el Metro...,
en las mañanas lívidas,
en las noches negras sin alumbrado y sin estrellas...
y en tu conciencia todos...
Y todos te los he cargado a tu cuenta.
¡Ya ves si sé contar!
Eres la vieja portera del mundo de Occidente,
tienes desde hace mucho tiempo las llaves de todos 

los postigos de Europa y puedes dejar entrar y salir a quien se te antoje.
Y ahora, por cobardía,
por cobardía nada más,
porque quieres guardar tu despensa hasta el último día de la Historia,
has dejado meterse en mi solar
a los raposos y a los lobos confabulados del mundo
para que se sacien en mi sangre
y no pidan enseguida la tuya.
Pero ya la pedirán,
ya la pedirán las estrellas...

Y aquí otra vez,
aquí
en estas alturas solitarias.
Aquí,
donde se oye sin descanso la voz milenaria
de los vientos,
del agua y de la arcilla
que nos ha ido formando a todos los hombres.
Aquí, donde no llega el desgalitado vocerío de la propaganda mercenaria.
Aquí,
donde no tiene resuello ni vida el asma de los diplomáticos.
Aquí,
donde los comediantes de la Sociedad de Naciones no tienen papel.
Aquí, aquí
ante la Historia,
ante la Historia grande
(la otra,
la que vuestro orgullo de gusanos enseña a los niños de las escuelas,
no es más que un registro de mentiras
y un índice de crímenes y vanidades).
Aquí, aquí
bajo la luz de las estrellas,
sobre la tierra eterna y prístina del mundo
y en la presencia misma de Dios.
Aquí, aquí, aquí
quiero decir ahora mi última palabra:

Españoles,
españoles revolucionarios:
¡El hombre se ha muerto!
Callad, callad.
Romped los altavoces
y las antenas,
arrancad de cuajo todos los carteles que anuncian vuestro drama 

en las esquinas del mundo.
¿Denuncias? ¿Ante quién?
Romped el Libro Blanco,
no volváis más vuestra boca con llamadas y lamentos hacia la tierra vacía.
¡El hombre se ha muerto!
Y sólo las estrellas pueden formar ya el coro de nuestro trágico destino.
No gritéis ya más vuestro martirio.
El martirio no se pregona,
se soporta
y se echa en los hombros como un legado y como un orgullo.
La tragedia es mía,
mía,
que no me la robe nadie.
Fuera,
Fuera todos.
Todos.
Yo aquí sola.
Sola
bajo las estrellas y los Dioses.
¿Quiénes sois vosotros?
¿Cuál es vuestro nombre?
¿De qué vientre venís?
Fuera... Fuera... ¡Raposos!
Aquí,
yo sola. Sola,
con la Justicia ahorcada.
Sola,
con el cadáver de la Justicia entre mis manos.
Aquí
yo sola, sola
con la conciencia humana,
quieta,
parada,
asesinada para siempre
en esta hora de la Historia
y en esta tierra de España,
por todos los raposos del mundo.
Por todos,
por todos.
¡Raposos!
¡Raposos!
¡Raposos!
El mundo no es más que una madriguera de raposos 

y la Justicia una flor que ya no prende en ninguna latitud.

Españoles,
españoles revolucionarios.
¡Vamos a la muerte!
Que lo oigan los espías.
¿Qué importa ya que lo oigan los espías?
Que lo oigan ellos, los bastardos.
¿Qué importa ya que lo oigan los bastardos?
A estas alturas de la Historia
ya no se oye nada.
Se va hacia la muerte
y abajo queda el mundo irrespirable de los raposos 

y de los que pactan con los raposos.
¡Vamos a la muerte!
¡Que se despierte Valencia
y que se ponga la mortaja!...

EPÍLOGO

Escuchad todavía...
Refrescad antes mis labios y mi frente... tengo sed...
Y quiero hablar con palabras de amor y de esperanza.
Oíd ahora:
la Justicia vale más que un imperio, aunque este imperio 

abarque toda la curva del Sol.
Y cuando la Justicia está herida de muerte 

y nos llama en agonía desesperada, no podemos decir:
"yo aun no estoy preparado".
Esto está escrito en mi Biblia,
en mi Historia,
en mi Historia infantil y grotesca,
y mientras los hombres no lo aprendan el mundo no se salva.

Yo soy el grito primero, cárdeno y bermejo, 

de las grandes auroras de Occidente.
Ayer, sobre mi sangre mañanera, el mundo burgués edificó 

en América todas sus factorías y mercados,
sobre mis muertos de hoy, el mundo de mañana levantará 

la Primera Casa del Hombre.
Y yo volveré,
volveré porque aun hay lanzas y hiel sobre la Tierra.
Volveré,
volveré con mi pecho y con la Aurora otra vez.


Poema "El Cristo de Velázquez", 
de Miguel de Unamuno
  
“Méteme, Padre eterno, en tu pecho,
misterioso hogar.

Dormiré allí, pues vengo deshecho

del duro bregar”.


¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce Noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!

A L B A

Blanco estás como el cielo en el naciente
blanco está al alba antes que el sol apunte
del limbo de la tierra de la noche:
que albor de aurora diste a nuestra vida
vuelta alborada de la muerte, porche
del día eterno; blanco cual la nube
que en columna guiaba por el yermo
al pueblo del Señor mientras el día
duraba. Cual la nieve de las cumbres
ermitañas, ceñidas por el cielo,
donde el sol reverbera sin estorbo,
de tu cuerpo, que es cumbre de la vida,
resbalan cristalinas aguas puras
espejo claro de la luz celeste,
para regar cavernas soterrañas
de las tinieblas que el abismo ciñe.
Como la cima altísima, de noche,
cual luna, anuncia el alba a los que viven
perdidos en barrancos y hoces hondas,
¡así tu cuerpo níveo, que es cima
de humanidad y es manantial de Dios,
en nuestra noche anuncia eterno albor!

ORACIÓN FINAL

Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana,
y Tú, de humanidad la blanca cumbre,
danos las aguas de tus nieves. Águila
blanca que abarcas al volar el cielo,
te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,
el vino que consuela al embriagarnos;
a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre
que en la noche nos dice que el Sol vive
y nos espera; a Ti, columna fuerte,
sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,
te pedimos el pan de nuestro viaje
por Dios, como limosna; te pedimosa
a Ti, Cordero del Señor que lavas
los pecados del mundo, el vellocino
del oro de tu sangre; te pedimos
a Ti, la rosa del zarzal bravío,
la luz que no se gasta, la que enseña
cómo Dios es quien es; a Ti, que el ánfora
del divino licor, que el néctar pongas
de eternidad en nuestros corazones.
...
¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.
...
Avanzamos, Señor, menesterosos,
las almas en guiñapos harapientos,
cual bálago en las eras remolino
cuando sopla sobre él la ventolera,
apiñados por tromba tempestuosa
de arrecidas negruras; ¡haz que brille
tu blancura, jalbegue de la bóveda
de la infinita casa de tu Padre
-hogar de eternidad-, sobre el sendero
de nuestra marcha y esperanza sólida
sobre nosotros mientras haya Dios!
De pie y con los brazos bien abiertos
y extendida la diestra a no secarse,
haznos cruzar la vida pedregosa
-repecho de Calvario- sostenidos
del deber por los clavos, y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable
y con los brazos extendidos. ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor!


"España es un país raro. Nos repele el vecino y nos molesta la idea de compartir solar patrio con él; habla mal el valenciano del catalán y el catalán del valenciano, habla mal el vizcaíno del riojano y el riojano del navarro, habla mal el berciano del gallego y el gallego del maragato, llama el asturiano cazurro al leonés y éste tiene al de Oviedo por súbdito de su gloriosa corona, aborrece el granadino al sevillano y el sevillano considera la Alhambra un remedo provinciano de la gloria hispalense; y todos hablan mal del castellano, quien aguanta la afrenta y mira con rencor a esos todos.

Pero si alguno levanta la mano contra la suma de cuanto no apreciamos, eso que llaman España, entonces hierve no sé qué instinto sepultado en el moho de los siglos, no sé qué furor atávico, no sé qué derecho de la sangre y ley de los pretéritos, no sé qué grito de la tierra sagrada...


Y lo fulminamos". Jose Vicente Pascual


MADRE ESPAÑA

Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
con todas las raíces y todos los corajes,
¿quién me separará, me arrancará de ti,
madre?

Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
si su fondo titánico da principio a mi carne?
abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
¡nadie!

Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
donde desembocando se unen todas las sangres:
donde todos los huesos caídos se levantan:
madre.

Decir madre es decir tierra que me ha parido;
es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
sangre.

La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
El otro pecho es una burbuja de tus mares.
Tú eres la madre entera con todo su infinito,
madre.

Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
Con más fuerza que antes, volverás a parirme,
madre.

Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
volverás a parirme con más fuerza que antes.
Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
¡madre!

Hermanos: defendamos su vientre acometido,
hacia donde los grajos crecen de todas partes,
pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
aires.

Echad a las orillas de vuestro corazón
el sentimiento en límites, los efectos parciales.
Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
grande.

Una fotografía y un pedazo de tierra,
una carta y un monte son a veces iguales.
Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
madre.

Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
fundirse con nosotros y salvar la primera
madre.

España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
de dolor y de piedra profunda para darme:
no me separarán de tus altas entrañas,
madre.

Además de morir por ti, pido una cosa:
que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
madre.


VER+:
T.S. ELIOT


LA POESÍA DESGARRADORA DE ÁNGELA FIGUERA AYMERICH


LEER+:
TIEMPO DE SILENCIO

UN MILLÓN DE MUERTOS

El título de la obra, Un millón de muertos, podría llamar a engaño. Porque la verdad es que las víctimas, los muertos efectivos, los cuerpos muertos, en los frentes y en la retaguardia, sumaron, aproximadamente, quinientos mil. He puesto un millón porque incluyo, entre los muertos, a los homicidas, a todos cuantos, poseídos del odio, mataron su piedad, mataron su propio espíritu.




VER+:

EL DOS DE MAYO Y UNA ESPAÑA FRAGMENTADA