EL Rincón de Yanka: UN CRIMEN (POLÍTICO) SIN CASTIGO

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jueves, 1 de diciembre de 2016

UN CRIMEN (POLÍTICO) SIN CASTIGO


"Una sociedad que priorice la igualdad por sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas" Milton Friedman

Un crimen (político) sin castigo 

Un acto criminal tiende en la mayoría de los casos a ser asociado con conductas extremas, a patologías agresivas de personas, grupos organizados que atentan contra la vida o agreden a otros de manera vil e intencionada; no es de extrañar que cuando alguien acusa a otro individuo u organización de “criminal” –sean estos o no-, es considerada tal nivel de expresión como un atentado vergonzoso contra la reputación de cualquiera. El asunto en cuestión es si escapando del análisis simplista del cual nos atiborra la monótona cotidianidad podemos hacernos tres necesarias preguntas: 
  1. ¿Podríamos llevar esto más allá y acusar de criminales a quienes sistemáticamente violan nuestras libertades civiles, políticas y económicas desde el Estado? 
  2. ¿Sería justo acusar de criminal al político de turno que utiliza la fachada del Estado para sus actos delictivos? 
  3. ¿Y qué pasa con aquellos que gozan de las tragedias ajenas llevando voluntariamente a tales delincuentes legitimándolos en el poder?
La evidencia política más patente de nuestra decadencia republicana es la tiranía de la mayoría (a lo que considero un crimen), esa perversión de la cual Toqueville advertía con notoria preocupación al señalar que se manifiesta como una especie de “opresión de la sociedad sobre el individuo”, esa práctica de anular la diversidad edificando un tipo de coacción política más peligrosa que cualquier tiranía unipersonal –algo similar explicado ya mucho antes por el destacado jurista Cíceron- se cierne sobre la moral civilizada para destruirla y pavimentar el camino al totalitarismo.

Ya desde los tiempos de Platón y Aristóteles se veía a la democracia con sospecha y desconfianza, era catalogada como “el mal gobierno de todos”, contraponiéndose a esto “el buen gobierno de todos” llamado “políteia”; tal término –democracia- se flexibiliza con Polibio donde la etimología gana la batalla (demos= pueblo y kratos= gobierno) el cual lo llamará posteriormente “el buen gobierno de todos”, y, a su degeneración, “oclocracia”. Tal debate a través de los siglos no ha escapado de los entrecejos intelectuales más destacados, ninguno que crea tener Responsabilidad política obviará tocar el tema y menos aún cuando el hampa política saca de la pistolera la demagogia y encabeza una batalla campal por obtener el voto a costa de cualquier medio, así sea a costa de la Libertad.

Al menos dos personalidades de gran renombre se ocuparon –con relativo éxito- de lo que ya era evidente en la teoría y su afirmación en los acontecimientos históricos, así emprendieron un camino de participar en el ejercicio del poder político para encadenar a la bestia – El Estado-, no permitir a ningún hombre que, por más que buscara perpetuarse en la cúpula del ventajismo y usara los medios coercitivos de aquel monopólico Estado para lograr instaurar una tiranía de la mayoría, lo lograra. Aquellos políticos realistas con un cúmulo de ideales vigorosos que se refirieron a este fenómeno pernicioso como un “despotismo electivo”, fueron Thomas Jefferson y James Madison (ambos fueron presidentes de los Estados Unidos), dos gigantes de la Libertad; el primero famoso por redactar la declaración de Independencia de los Estados Unidos, propiciar la cultura de la desconfianza hacia el Gobierno y, el segundo, catalogado como el “Padre de la Constitución” y reconocido por su talante opositor a la concentración del poder que generaba ese “despotismo electivo”.

Hoy día, el acontecer nos demuestra que las cosas son diametralmente opuestas, los políticos partidistas en mayoría –además de su profunda y deprimente pereza intelectual- se esfuerzan por ganar la carrera de la ignorancia y la ambivalencia, adictos a las encuestas y a “lo que quiera el pueblo” dejan ver a grandes rasgos que el ejercicio político pasó de ser una actitud seria, responsable y delicada (en el caso de los Padres Fundadores de Estados Unidos), a la que hoy día llamo la prostitución política recíproca: te pago por el voto prometiendo darte lo que deseas, mientras que el elector inmoral se vende –su libertad y su dignidad- con tal de que el demagogo le cumpla (en ambos casos no importa quienes sean). Podemos notar un grave y agudo problema en esta relación destructiva, no tanto el problema de quien se prostituye buscando y ofreciendo recursos que no son suyos para pagar las irresponsables promesas y, aquel que abre sus abrazos a quien sea que pueda mantenerlo; el gran problema es que para que se cumpla dicho acuerdo se tienen que instrumentalizar a otros, arrancarles del bolsillo el esfuerzo ganado, violar el derecho humano de disfrutar del fruto de su trabajo, atracar a mano-Estado por aquel pacto criminal de conveniencia, y aquello termina en una consecutiva violación a los Derechos de Propiedad. La tiranía de la mayoría sale bastante cara, ya Fréderic Bastiat habló sobre el tema enunciando lo siguiente: “la gente empieza a darse cuenta de que el aparato del gobierno es costoso. Lo que aún no ven es que el peso recae sobre ellos.”

Al final de cuenta quienes pretenden lograr su bienestar material a través del trabajo ajeno y tienen la oportunidad de realizarlo por medio de políticos que proponen el saqueo como política pública -y si esto es una mayoría buscando el camino fácil-, entones la democracia les deja el camino abierto para que por medio de la fuerza del Gobierno puedan lograr esos fraudulentos objetivos que los primeros desean y los segundos tienen la voluntad de concretarlo a través de la violencia institucional (al final es voto y lo que esté de moda como opinión). Entonces quedan bajo la impunidad de la vagancia y la agresión al esfuerzo individual, aquellos que se esfuerzan de manera ardua con su creatividad empresarial en salir adelante e intencionada o inintencionadamente terminan generando la prosperidad de las naciones. La envidia se termina imponiendo como filosofía del escrutinio.

Resulta una tarea urgente conciliar en nuestro país la democracia –verdaderamente limitada- con la Libertad, mientras la primera es una herramienta útil para que la alternancia en el poder se manifieste de manera pacífica legitimada por la regla fundamental de la mayoría, la segunda, aún más importante y anterior a la democracia, es un fin en sí mismo que como el valor moral en civilización más importante en la humanidad, busca “reducir la coacción de unos sobre otros al mínimo”, en palabras de F.V. Hayek.
En una sociedad donde la mayoría desprecia la Libertad la democracia se convierte en el acicate más eficaz para lograr el totalitarismo. Es tarea de los políticos que defienden la libertad individual y económica darse la tarea de ser los Jefferson y los Madison en nuestra política deteriorada, y no los socialistas de todos los tiempos buscando la tiranía de la mayoría: un crimen político sin castigo.